Aquí estaban otra vez. El repugnante olor de la colonia que usa George
les precedía. Nos servía para anticiparnos a su entrada en la
habitación. Siempre anunciaba su llegada con golpes y patadas en la
puerta para amedrentar. Al abrirla todos teníamos que estar de rodillas,
cara a la pared y con las manos en alto. Lo contrario suponía una
soberana paliza.
Como siempre, aquel día George fue el que comenzó con el parloteo desequilibrado.
-¿Dónde está el danés? ¡El atleta! -bramó.
Daniel Rye, el joven fotógrafo, respondió sin apartar la vista del muro.
-Tu familia nos ha enviado un mensaje para felicitarte por tu cumpleaños- dijo.
-¿Cuántos cumples? ¿Veinticino, no? ¡Pues aquí tienes tu regalo!
Tan sólo podíamos escuchar el ruido sordo que producían las patadas que
le estaba propinando. Solía calzar unas gruesas botas militares. Un
puntapié tras otro. Hasta 25.
Cuando se marcharon y pudimos girar la cabeza nos encontramos a Daniel
tumbado en el suelo. Tenía el costado tumefacto, con un enorme
abultamiento cerca del sobaco.
-Me ha golpeado siempre en el mismo lugar- explicó mientras le ayudábamos a incorporarse.
Las exacciones físicas se convirtieron en un suceso recurrente tras
nuestro retorno a Mansura. Lo peor no era la crueldad de 'Los Beatles',
sino su hipocresía.
Son muchos los militantes del Estado Islámico (IS) que defienden que sus creencias les impiden torturar a los presos.
-El Corán nos obliga a respetar a nuestros prisioneros -aducía uno de los carceleros de Mansura.
Pura palabrería. Ya la habíamos escuchado cuando estuvimos encerrados en
la sede del gobernador en Raqqa -al principio de nuestro secuestro- o
después, en el Guantánamo islamista.
En Raqqa, uno de los jefes del recinto llegó a proclamar en alto: "Hay
que ser benévolos con los infieles. No les peguéis". Horas después los
gritos de las víctimas resonaban en el subsuelo del edificio.
El ejemplo más preclaro de todo un régimen basado en el fariseísmo fue
el que presenciaríamos semanas más tarde, también en Raqqa, antes de ser
liberados.
Allí, una tripleta de jueces islamistas solían visitar cada día la
antigua sede del grupo Ahrar al Sham reconvertida en cárcel, para
asegurarse de que los vigilantes no se excedían.
Efectivamente no lo hacían durante las dos o tres horas que ellos
pasaban en el edificio. Torturaban antes de que llegaran o en cuanto se
iban.
Yo mismo pude ver cómo un chaval de una veintena de años terminaba
tirado en mi celda con la espalda ensangrentada a causa de los palos que
había recibido. Ni se podía levantar del suelo.
"El IS no roba", decía Abu Ahmed. "Tampoco pega", solía bromear con
Ricardo. "Sí, sí, y están aquí para protegernos", añadía él abundando en
la chanza.
En Mansura, lejos de ser una broma, la doble dialéctica de los radicales
se convirtió en un motivo más de tensión. Los guardianes magrebíes eran
ahora los que ejercían el papel de poli bueno intentando ignorar la
conducta de 'Los Beatles', que solían acudir a la prisión a menudo.
-¿Qué hacéis? ¡Sentaos normalmente! ¡Aquí no hacemos esas cosas! ¡Que
nadie siga de cara a la pared!- nos espetó un guarda tunecino al vernos
arrimados al muro.
Obedecerle fue un obvio desacierto. 'Los Beatles' volvieron casi de
inmediato y al vernos apartados de la pared montaron en cólera.
Alguien consiguió explicarles el motivo de nuestra confusión.
"No os podéis imaginar lo cerca que estamos del fin del mundo. todo
concluirá con una gran batalla y los infieles serán derrotados"
-Señor, hay una contradicción, los guardianes dicen que no nos pongamos
cara a la pared. Y ustedes dicen que sí nos pongamos. ¿Qué hacemos?.
Aferrados a su lógica aplastante, George respondió a gritos:
-No, no hay ninguna contradicción, si yo os digo que os pongáis cara a la pared, os ponéis, porque si no os mato a golpes.
Las recurrentes visitas del trío eran un continuo sobresalto en medio de un entorno donde nuestra situación había mejorado.
El grupo de vigilantes magrebíes se afanó en recomponer un poco la
zarrapastrosa imagen de aquella cohorte de cautivos. Para empezar, nos
entregaron mudas nuevas de ropa que nos permitieron desembarazarnos de
los pijamas naranjas de Guantánamo y nos ordenaron aplicarnos una crema
que finalmente acabaría con los ácaros.
También nos dejaron ducharnos -para la mayoría, la primera vez en meses-
y acabaron con el insufrible régimen de la mortadela. A partir de ese
instante, la carencia de comida dejaría de ser nuestra preocupación
primordial.
Llegamos a disponer de platos de lentejas, tomates, huevos duros y hasta
alguna pieza de fruta o té caliente con cierta regularidad. Productos
obvios en la dieta occidental, pero que para nosotros -habituados a la
carestía- se nos antojaban un manjar.
También hicieron venir a un médico que nos recetó vitaminas y calcio. A
algunos, por ejemplo al italiano Federico Motka, ya se le había roto
algún diente debido a las obvias deficiencias de nuestra alimentación.
Al margen de la angustia que generaban las inspecciones de 'Los Beatles,
la existencia diaria en Mansura nos permitió recuperar una cierta
compostura. Hasta volvimos a retomar hábitos como la práctica del
deporte o la lectura, algo imposible en Guantánamo o el chalet frente al
río.
La forma física
Resultaba inaudito apreciar cómo presos como James Foley, Motka o hasta
David Haines comenzaban a recuperar peso. Tan sorprendente como ver a un
grupo de rehenes del autoproclamado Estado Islámico realizando sesiones
de yoga bajo la batuta del norteamericano Steven Sotloff. O de los
mismos cautivos repitiendo flexiones de pecho, abdominales o sentadillas
para recuperar la forma física.
-Usad las botellas de agua como si fueran pesas- nos aleccionaba Daniel Rye.
El ex deportista pasó en cuestión de semanas de ser un puro amasijo de
huesos a mostrar una figura más sólida. Algo que acabó por reportarle
una nueva tunda. Cuando George se percató de cómo había agrandado su
torso no pudo contenerse.
'Se quejaba de lo que costábamos al IS: '¿Sabéis cuántas balas podríamos
comprar con la comida que os damos? Estamos hartos de vosotros'
-¿Qué pasa? ¿Estás haciendo ejercicio, eh? ¡Pues a ver si aguantas esto! -clamó mientras golpeaba al atleta.
Foley seguía siendo el organizador de las charlas. Gracias a su empeño,
Didier François nos relató sus experiencias en la guerra de Chechenia,
Peter Kassig nos familiarizó con las técnicas de la pesca y la caza, y
John Cantlie nos relató sus conocimientos como piloto de avionetas.
El mismo Foley protagonizó una charla sobre literatura moderna
norteamericana, otra de sus pasiones. El estadounidense nunca perdió la
esperanza. Era consciente de que Washington mantiene que no "negocia"
con lo que llama "grupos terroristas", pero incluso antes de que
ocurriera ya sabía que su país había pactado con los talibán afganos
-los mismos que dieron cobijo a Osama Bin Laden y fueron la razón con la
que se justificó la invasión de esa nación asiática- para liberar al
sargento Bowe Bergdhal.
-Van a liberar a varios talibán, esos tipos fueron los que apoyaron el 11-S. ¿Cuál es la diferencia?- preguntaba.
Libros religiosos
Tanto Foley como Steve Sotloff seguían aprendiendo español. El segundo
norteamericano era un estudiante muy aplicado. No sólo de idiomas.
Ringo recurría por eso a Steve Sotloff en las interminables peroratas
que nos dedicaba sobre religión. Lo mismo que uno de los guardias
magrebíes que también decidió imponer las jornadas de dawah
(proselitismo).
Los vigilantes de Mansura nos proporcionaron varios libros sobre el
islam y el wahabismo, la filosofía maximalista en la que se ha inspirado
el IS. La estancia en este reducto me permitió confirmar por enésima
vez cuál es el substrato financiero e ideológico de este ideario
radical. Todos los libros -los que utilizan en las escuelas donde enseña
a las nuevas generaciones de Raqqa- estaban impresos en el mismo país:
Arabia Saudí.
Uno de los texto relataba la vida del propio jeque Muhammad Ibn Abd al
Wahhab, que estableció esta corriente extremista en el siglo XVIII.
-Esta gente [el IS] no pelea contra la monarquía saudí por causas
ideológicas. Tienen las mismas ideas. Es una lucha por el poder-
comentábamos entre nosotros.
Dentro de su afán por diseminar su mensaje propagandístico, los
carceleros llegaron a organizar visionados de vídeos internos de su
propia organización. Según las grabaciones, los ataques contra objetivos
israelíes en junio de 2011 habían sido protagonizados por un reducido
grupo de activistas de Gaza que aparecían en la emisión exhibiendo la
típica bandera negra con el sello blanco del Profeta que ahora
identifica al IS. Las imágenes dejaban ver cómo los dos activistas se
entrenaban en las dunas y planeaban el asalto meticulosamente. Después
recuperaron imágenes de incontables ataques suicidas, incluido el que
sacudió el Hotel Palestina en octubre de 2005, del que yo mismo fui
testigo.
-Nuestros hermanos controlan ya medio Irak. Desde Bagdad hasta la frontera con Siria- indicó uno de los carceleros.
Pensé que aquella afirmación era otra falacia. No lo era. El IS había
sido derrotado en Irak en 2009, convirtiéndose en un grupúsculo
insignificante. Desconocía que la interminable pugna sectaria que
carcome a ese Estado árabe desde la invasión de 2003 lo había
reactivado, permitiéndole revivir el califato que ya estableció sobre la
mayor parte de las regiones suníes del país entre 2005 y 2008.
El trato de los carceleros no siempre fue complaciente. Uno de los
vigilantes, al que apodábamos El mono por su enormes manos, confirmó la
pésima opinión que nos habíamos forjado sobre él durante nuestra
anterior estadía en Mansura.
En sendas ocasiones llegó a mostrarse tan brutal como 'Los Beatles'. A
Pierre Torres, francés de padre español, le apaleó tan sólo por
mantenerle la mirada. Se trataba de humillar al rehén. Que siempre
caminara con la cabeza agachada.
-¡Ven, sal ahora mismo de la habitación!.
No se atrevió a golpearle delante de nosotros. Lo sacó al corredor y cerró la puerta.
Podíamos escuchar los gritos del pobre cautivo francés mientras le
pegaba violentamente con una porra de plástico. La paliza le dejó
inmovilizado un brazo durante varias jornadas.
'Pruebas de vida'
En otra ocasión, el magrebí -sacamos la impresión de que era tunecino,
pero con escasos estudios, ya que sólo chapurreaba algunas palabras de
francés- le propinó una feroz patada en el pecho a Marc Marginedas. Una
reacción basada en el simple hecho de ver al español cruzar por delante
de uno de los rehenes que rezaba arrodillado según el rito musulmán,
algo que el militante consideró como un anatema.
-Esto es un disparate absoluto. Están todos locos- pensé.
No tratábamos con seres normales, sino con activistas cegados por una
concepción mesiánica del mundo. Pasaban horas escuchando rezos islámicos
o cintas de clérigos que concluían sus apelaciones en medio del llanto.
Personajes que como Paul nos hablaban con toda normalidad del "submundo"
que, según él, "existe de forma paralela al de los seres humanos
compuesto por unos espíritus [jinns] que forman países y continentes". O
que aludían con convicción a profecías apocalípticas.
-No os podéis imaginar lo cerca que nos encontramos del fin del mundo.
Lo dicen las profecías. Todo concluirá con una gran batalla y los
infieles serán derrotados -aseveraba.
Las visitas de 'Los Beatles' tan sólo tenían un elemento positivo. Las
exacciones físicas iban acompañadas de informaciones sobre el estado de
las negociaciones que mantenía el grupo con nuestras familias. Iniciaron
los contactos con ellos en diciembre de 2013, cuando nos encontrábamos
todavía en su particular Guantánamo.
Todos los reos tuvimos que comunicarles un 'e-mail' de contacto para que
pudieran hacer llegar a nuestros familiares pruebas de vida. Lo
volvimos a hacer en el chalet del río Éufrates, para ellos Tigris, y de
nuevo en Mansura. Parecía como si fueran tan alocados que ni siquiera
eran capaces de conservar los emails que ya les habíamos suministrado
varias veces.
Sin embargo, los mensajes de retorno comenzaron a llegar. Para la
comunidad de cautivos aquellos eran instantes de absoluta emoción.
Solíamos abrazar al agraciado pese a que la noticia que le traían 'Los
Beatles' solía ir acompañada de una golpiza.
'Avanzamos con las manos en alto. Habíamos recobrado el control de nuestra vida. Somos periodistas españoles, no disparen'
Sergei Gorbunov nunca logró darles un email de contacto. Los malos
tratos que había sufrido le habían desequilibrado. Alternaba los
momentos de cordura con el delirio absoluto. Otras veces, sin embargo,
se mostraba como un avezado jugador de ajedrez. Solía jugar con él con
frecuencia. Pese a la barrera que suponía el idioma -no hablaba más que
ruso, una lengua que yo desconozco- desarrollamos una peculiar relación
basada en monosílabos.
-Kapitulation! [ríndete] -me decía con sorna cuando veía que mi situación en el tablero se había hecho desesperada.
-¡Al Hamdulila [¡Gracias a Dios!]-me respondía cuando era yo el que le acorralaba y le vencía.
El coste de los rehenes
Los fundamentalistas debieron decidir que era prescindible. George
siempre se quejaba de lo que le "costábamos" al Estado Islámico.
-¿Sabéis cuántas balas podríamos comprar con la comida que os damos? ¡Estamos hartos de vosotros! -decía.
Un día, 'Los Beatles' llegaron a la residencia y se llevaron a Gorbunov.
Para liberarle, dijeron. La siguiente ocasión en la que vimos una
imagen suya fue con la cabeza destrozada por un balazo. "El IS nunca
miente", recordé.
La desaparición de Sergei acrecentó la tensión en el grupo. Sabíamos que
los contactos en torno a Marc Marginedas eran los más avanzados ante la
atención que le otorgaban 'Los Beatles'.
-Pero los anglosajones también se habían percatado, como todos nosotros,
de que los militantes les mantenían casi relegados. Ellos no eran una
prioridad.
-Tememos que si os liberan a todos al final quieran usarnos como carnaza
para su propaganda política -me explicó una vez Peter Kassig.
-¡Por favor, decidle a nuestros Gobiernos que nos ayuden! ¡Que se dejen
de tonterías! ¿Cuántas veces han pactado con criminales en el pasado? ¿O
es que nosotros no valemos nada?, -se quejó el inglés David Haines,
aludiendo en concreto al acuerdo que firmó su Gobierno con los
paramilitares del IRA en la década de los 90.
Desafortunadamente era una premonición acertada.
Ninguno de los tres estadounidenses -Jim Foley, Steven Sotloff y Peter
Kassig- sobrevivió a este lance. Dos de los tres ingleses -David Haines y
Alan Henning- sufrieron la misma suerte. El último rehén del grupo
original, el también británico John Cantlie, continúa cautivo.
'Escribid a vuestras familias. Marc las llevará'
Los mismos 'Beatles' fueron los que nos comunicaron la inminente
liberación de Marc. "Escribid cartas a vuestras familias. Marc las
llevará", nos ordenaron.
La depravación del trío alcanzó su clímax en la misma jornada en la que
se llevaron a Marc. Antes de trasladarlo, George se dirigió a James
Foley.
-"¡Tócale Foley, toca a Marc! ¡Eso será lo más cerca que vas a estar nunca de la libertad!", afirmó.
Pese a este gesto de saña, Jim Foley se fundió -como todos- en un abrazo
común cuando Marc desapareció de nuestra vista y se volvió a cerrar de
nuevo la puerta de nuestro habitáculo. Habían pasado meses -más de un
año para los más "veteranos" como Foley-, y por vez primera en nuestra
lúgubre coyuntura nos permitíamos soñar.
'Los Beatles' retornaron varios días más tarde. George fue -como siempre- quien se encargó de dirigir la perorata.
-¡Tengo dos noticias. Una buena: Marc ya está en España!
-¡La mala es que Marc no nos ha obedecido y habló con la prensa y ahora os tendremos que dar una paliza!
Después sabríamos que aquello era un puro embuste. Una justificación
para golpear a los rehenes y aleccionar a los próximos que iban a ser
liberados: nosotros.
La liberación de Marc Marginedas, compañero de 'El Periódico de
Cataluña', marcó un punto de inflexión en su conducta. La recurrente
propensión hacia la violencia se tornó casi en fervor irresistible.
Ahora, cada vez que entraban en nuestros aposentos era para agredir a
alguno de los cautivos de forma brutal.
Al tener la cabeza pegada a la pared tan sólo podía escuchar el ruido
sordo de las patadas y puñetazos. Siempre nos alineábamos en fila frente
al cemento. 'Los Beatles' comenzaron la ronda de trastazos por la
izquierda y siguieron un orden sistemático.
-¡Lo habéis comprendido ahora! ¡Si los próximos que son liberados
vuelven a hablar con los medios de comunicación os pegaremos tal paliza
que alguno de vosotros quedará lisiado para siempre!
Cuando abandonaron el lugar, cada cual comenzó a evaluar el daño causado
por las agresiones. Como ya era costumbre, el más afectado fue Jim
Foley. Le habían agarrado por el cuello hasta asfixiarle, haciéndole
perder el conocimiento. Cuando cayó al suelo le propinaron un feroz
puntapié en el rosto. Tenía el ojo completamente negro. Cerrado por un
ingente moratón.
La simulación de los guardianes magrebíes alcanzó durante esta jornada
un nivel repulsivo. Cuando vieron el terrible cardenal de Foley,
llamaron a su jefe como si estuvieran indignados.
-¡En el islam está prohibido pegar en la cara! -dijo uno.
Siguiendo la pantomima, el líder del grupo le preguntó al rehén norteamericano.
-¿Qué te ha pasado?
-¿Alguien te ha pegado?
Foley comprendía que si acusaba a 'Los Beatles' las represalias podían ser todavía más salvajes.
-No, nadie me pegó, me he caído al suelo- adujo.
Una postura muy hábil, como pudo ratificar un día más tarde cuando el trío retornó a Mansura.
-¿Te han preguntado cómo te has hecho eso?-le inquirió uno de los milicianos.
-¡Sí, señor! -les dije que me caí al suelo!
-Muy bien Foley, les has dicho la verdad, porque eso es efectivamente lo que ha pasado.
-Porque nadie te ha pegado, ¿verdad?
-¡No, señor, me caí al suelo!
La tripleta decidió documentarse para intentar autojustificar su
siguiente tunda colectiva. Esta vez eligieron a los presos por
nacionalidades y les fueron atizando según las acusaciones que vertían
contra sus respectivos países.
Esta vez los franceses sufrieron un trato tan salvaje como el que
reservaron contra los norteamericanos o ingleses. A los segundos les
achacaron los señalamientos conocidos: la invasión de Irak, Afganistán,
etcétera. Para los galos, la intervención militar de París en Mali
contra las milicias islamistas en 2013 se había convertido en una
contrariedad más.
Ira por las Fiestas de Moros y Cristianos
Era como si hubieran hecho una lista de pecados que achacar a los prisioneros.
-¿Dónde están los daneses? ¡En vuestro país se ríen del Profeta, eh!
[una alusión a las caricaturas de Mahoma que publicó un semanario danés
en 2005].
Cada señalamiento iba acompañado de una retahíla de golpes. Los tres al unísono.
Cuando llegaron hasta la esquina que solíamos ocupar Ricardo y yo, John
se refirió a una de las imputaciones más peculiares que nunca había
escuchado. No se acordaron de que España participó en la invasión ilegal
de Irak o de su presencia en Afganistán.
El extremista se sintió ofendido por la celebración de las Fiestas de Moros y Cristianos, actos a los que nunca he asistido.
-¡A ver, español! ¡O sea que en España celebráis la Fiesta de los Moros y los Cristianos! ¿Qué es lo que pasa en esa fiesta?
- ¡Señor, no lo sé, nunca he estado allí! ¡Creo que se visten de moros y cristianos y desfilan todos por las calles!
-Yo estuve y vi cómo colgaban a un monigote que aparentaba ser un
musulmán-le sopló otro de 'Los Beatles', que decía haber viajado por
España.
-¿Es cierto, español?
-¡No lo sé señor, nunca he estado allí!
Aquello era absurdo. Una discusión sobre folklore podía decidir si me
ganaba una paliza o no. Al final, George se aburrió del ridículo diálogo
y decidió seguir pegando a otro rehén obviando a la pareja de
españoles.
'Los españoles, salid'
Nuestros días en compañía de todo el grupo tocaban a su fin. Lo supimos
cuando 'Los Beatles' nos dedicaron una última sesión de pruebas de vida.
Estaba tan nervioso que se me olvido el nombre de mi primo. Y sólo tengo dos.
-¿Que no te acuerdas del nombre de tu primo? Pero, ¿tú eres idiota o qué? Finalmente lo recordé antes de ser castigado por ello.
Varios días más tarde, el trío regresó y nos hizo salir a todos de la
prisión. Nos montaron en un camión y fingieron ir separándonos por
nacionalidades.
-¡Los españoles, abajo, salid del camión!
Éramos conscientes de que aquello sólo era una argucia. Querían
confundirnos para que pensáramos que habían trasladado a los prisioneros
de Mansura.
Habían hecho lo mismo cuando se llevaron a Marginedas y frente a él
gritaron: "¡Venga, el resto preparad vuestras cosas que nos vamos a
Irak!". El único que salió de allí fue nuestro amigo.
Nos transfirieron a un automóvil y éste nos llevó a una nueva prisión.
La reconocimos de inmediato. Era la sede del gobernador de Raqqa. La
segunda vez que recalábamos en ese edificio.
El último capítulo de nuestro periplo se mantuvo apegado al guión tan
surrealista como estremecedor que definió toda esta experiencia.
La cárcel de Raqqa se había transformado desde la última vez. Ya no estaba tan rebosante de detenidos.
Ahora, sin embargo, también encerraban allí a mujeres y a niños.
Una vez más surgió el guardia afable. Quien nos entregaba más quesitos y
comida de la habitual, y no nos presionaba con gritos cuando nos
dejaban salir para ir al baño. Incluso nos dejó apropiarnos de un trozo
de cartón para confeccionar un nuevo ajedrez con el que entretenernos.
Él no lo sabía, pero nos volveríamos a ver días más tarde.
A la semana comenzamos a dudar sobre nuestro destino. Ricardo estaba
convencido que estábamos de camino hacia la libertad. Yo siempre fui más
pesimista.
Empezaba a sospechar que 'Los Beatles' nos habían abandonado allí sin
contarle a nadie quiénes éramos. En varias ocasiones, los guardianes
-que solían rotar- nos preguntaron por qué estábamos allí.
Una mañana, se abrió el portón metálico de nuestra celda de manera repentina.
-¿Qué hacéis? ¡Dadme eso!.
El encapuchado se refería al tablero de ajedrez. Estaba indignado.
-¡En vez de jugar deberías estar rezando! -bramó.
- ¡Eso es pecado!
-¿El ajedrez? ¿Pero en España lo aprendimos de los árabes?
Para el IS ni la historia ni la lógica tienen significado alguno. El embozado nos arrebató el cartón y lo destrozó.
El mismo uniformado volvió al día siguiente.
-¡Todos los presos, fuera de sus celdas!
Esta vez no nos vendaron los ojos. Algo sorprendente. Siempre lo hacían.
Nos hicieron formar una fila junto a otros detenidos. Rápidamente
comprendí la equivocación. Eramos casi una decena y todos tenían la
apariencia de ser militantes del IS o de grupos afines. Largas barbas,
uniformes militares...
No me afeitaba desde el principio de mi cautiverio, y habían pasado seis
meses, y vestido con un desangelado chándal deportivo mi aspecto no
debía desentonar mucho con el del resto de esta turba. Lo mismo ocurría
con Ricardo.
¡No somos del IS, somos periodistas!
-¡Joder, este gilipollas se ha confundido y se cree que somos del IS! ¡Lo que nos faltaba! -le dije a mi compañero.
Tras meses de precauciones exhaustivas por parte de 'Los Beatles para
que no nos percatáramos de nuestra localización, ahora el militante nos
dejaba ver las interioridades de su capital, mientras nos trasladaban
desde la sede del gobierno local a otra cárcel.
Era el antiguo cuartel general de Ahrah al Sham. Había estado allí en la
primavera de 2013 hablando con los militantes de esa facción islamista.
Primero enviaron a las celdas a los presos comunes. A nosotros nos dejaron junto a los miembros del IS bajo arresto.
-¡Oiga, que nosotros no somos del IS ! ¡Que somos periodistas! -tuve que decirle a uno de aquellos carceleros.
El chaval encapuchado que nos había conducido hasta esta dependencia le
hizo un gesto a su compañero como diciendo "no te creas nada, todos
dicen lo mismo".
Esto parece una película de risa, joder. Los tipos que nos han
secuestrado no van a saber ahora dónde estamos y estos están empeñados
en que somos milicianos del IS -pensé para mis adentros.
Tras un breve paso por varias celdas donde se hacinaban decenas y
decenas de presos -en una de ellas encontré a un antiguo miembro de la
oficina de prensa de Ahrar al Sham al que había conocido el año
anterior-, nos encerraron junto a un reducido grupo de miembros de
'Daula' (como se conoce al autoproclamado Estado Islámico en Siria).
Estaban allí por haber infringido la normativa del movimiento. Ricardo
me había precedido y fue él quien me introdujo a uno de los inquilinos
de ese calabozo al que no pude reconocer.
-¿No sabes quién es?
-No, lo siento.
-Es el guardián que nos daba quesitos en la sede del gobernador hace días.
-¡No jooodas! ¿Pero qué haces aquí?
El militante sólo se encogió de hombros.
-Un pequeño problema - adujo.
Me acordé de que en el chalet del río habíamos coincidido con un
vigilante al que conocíamos. Había estado detenido en nuestra habitación
en Mansura. Ahora era a la inversa, el carcelero terminaba preso. El IS
estaba consiguiendo la perfección del disparate.
La mayor parte de nuestros acompañantes en esta nueva mazmorra eran
obvios militantes del IS. No sólo por su apariencia. Algunos se pasaban
horas y horas leyendo el Corán como solía hacer Abu Ahmed en Mansura.
A unos metros de la libertad
La excepción era un libanés cristiano, Charbel Tannouri, que tampoco
dudó más que algunas horas para convertirse al islam. Le habían raptado,
decía, cuando intentaba cruzar el país desde Homs a Hasaka para
desposarse con una siria. Una historia cuanto menos rocambolesca.
No menos que la de Abu Hamza -así se identificaba-, un sirio que hablaba
un perfecto español que se suponía que había aprendido en el Instituto
Cervantes de Damasco. Se significaba como un adepto sin tacha del
ideario que defendía el IS, pero en la primera ocasión que tuvo que
liderar el rezo ni siquiera supo cómo hacerlo, un error imposible para
los miembros de esta facción radical.
-Este tío es un espía que nos han colocado aquí para que nos vigile- opinaba Ricardo.
Su conocimiento de la realidad española era exhaustivo. Aludía, por
ejemplo, a políticos de segunda y tercera fila en el Partido Popular y
el Partido Socialista (PSOE) que sólo alguien que hubiera vivido largo
tiempo en España podía conocer. Nunca conseguimos averiguar su verdadera
identidad. Los acólitos de Los Beatles nos encontraron al cabo de cinco
días y nos sacaron de la cárcel.
-Os vamos a liberar -fue lo primero que nos dijo el encapuchado que nos dirigía hacia la calle.
Nos lo habían dicho tantas veces que ya ni siquiera me emocionó.
Una vez dentro del coche, el militante volvió a recordarnos el estremecedor aviso que había escuchado de boca de Los Beatles.
-Los paquistaníes me han vuelto a repetir que no podéis hablar con la
prensa. Matarán a algún rehén si lo hacéis. Cuando todo esto acabe y no
sea un secreto podréis contar lo que queráis. No nos importa.
El último calabozo que ocupamos fue quizás el más infecto. Repleto de
basura, orines y un olor repugnante que salía del agujero anegado por
las defecaciones que pretendían que fuera nuestro cuarto de baño.
Pero ahora sí teníamos la certeza de que nos acercábamos a Turquía.
Desde la portezuela se podía apreciar la ingente banderola negra del IS
que solía ondear en Tel Abyad. Estábamos a unos metros de la libertad.
- ¡Nos vamos!
Los dos encapuchados abrieron el portón metálico y nos liberaron de las
esposas de plástico que nos atenazaban desde hacía dos días. Nos las
habían colocado para transferirnos desde Raqqa a Tel Abyad.
-¿Nos colocamos las vendas? -les pregunté.
-No hace falta.
Otro signo de que los 194 días de cautiverio tocaban a su fin.
El recorrido final nos llevó a través de calles conocidas de la misma
población por la que habíamos accedido a Siria en septiembre. De aquí
era también Abu Ahmed.
El dúo nos transportó en un 'jeep' hasta un llano junto a la valla que delimitaba la frontera con Turquía.
El plan era que dos chiquillos -unos adolescentes imberbes- nos hicieran
pasar la linde de forma ilegal en una motocicleta. Una vez en Turquía
teníamos que llamar a un teléfono que nos proporcionaron los acólitos de
Daula. El impedimento eran las torretas de vigilancia del ejército
turco.
Una bendición
Los chavales eran lugareños que se ganaban la vida como traficantes de cualquier cosa. Hoy tocaba rehenes.
-¡Venga corred, no hay ningún soldado turco en esa garita!
El emplazamiento de los uniformados turcos estaba situado a unos cientos de metros.
Los militantes del IS se quedaron en la carretera contigua. Observando la operación.
-¡Vamos, vamos!
Antes de llegar a la empalizada de alambre de espino, ya escuchamos unas
voces. Comprendí que los militares del país vecino nos habían
descubierto, pero para nosotros aquello era una bendición.
-¡Nada, nada, sigue corriendo! -le dije al chiquillo.
Habíamos vuelto a recobrar el control de nuestras vidas.
Tras pasar la valla, el siguiente aviso fue más contundente. Un balazo que pasó silbando.
De inmediato escuchamos las carreras de los soldados turcos que comenzaban a desplegarse entre los olivos.
-¡Los turcos, los soldados turcos! ¡Corred, hay que volver, huid!
Nunca estuve tan seguro de una decisión. Para el chaval, caer en manos
de los militares significaba la prisión. Para nosotros, era todo lo
contrario.
-¡Tú vuelve, nosotros a Turquía! -le grité al chico.
Tras eso seguimos avanzando con las manos en alto.
-¡Periodistas, somos periodistas españoles, no disparen!
Al cabo de unos minutos nos vimos rodeados por una veintena de soldados. La tensión sólo duró unos segundos.
El oficial turco a cargo se percató de que no mentíamos. Nos montaron en un camión y nos trasladaron hasta su base.
Allí, el comandante informó a sus superiores en Ankara.
-Van a llamar a su embajada.
Nos hicieron pasar a las dependencias de los oficiales y nos invitaron a cenar.
La televisión retransmitía un partido de fútbol de la competición española. Creo que estaba jugando el Barcelona.
-¿Y usted de quién es, del Real Madrid o del Barcelona?
No recuerdo bien lo que respondí entonces.
En ese instante los resultados de la liga no figuraban entre mis prioridades.
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